El rey recibió como obsequio dos pichones de halcón y los entregó al maestro de cetrería para que los entrenara. Pasados unos meses, el instructor comunicó al rey que uno de los halcones estaba perfectamente educado, pero que al otro no sabía lo que le sucedía: no se había movido de la rama desde el día de su llegada a palacio, a tal punto que había que llevarle el alimento hasta allí.
El rey mandó llamar curanderos y sanadores de todo tipo, pero nadie pudo hacer que el ave volara.
Encargó entonces la misión a miembros de la corte, pero nada sucedió.
Por la ventana de sus habitaciones, el monarca podía ver que el pájaro continuaba inmóvil.
Publicó por fin un bando entre sus súbditos, y, a la mañana siguiente, vio
al halcón volando ágilmente en los jardines.
“Traedme al autor de ese milagro”, dijo.
En seguida le presentaron a un campesino ¿Tú hiciste volar al halcón? ¿Cómo lo hiciste? ¿Eres mago, acaso? Entre feliz e intimidado, el hombrecito solo explicó: “No fue difícil, Su Alteza : sólo corté la rama. El pájaro se dio cuenta que tenía alas y se largó a volar”
La moraleja de El halcón…
Cuántas veces sólo necesitamos que alguien o algo nos corte la rama en la que estamos sentados porque es una linda zona de confort o bien nos da miedo lo que sigue…
Los cuentos son mucho más que simples relatos, son una forma de expresión artística y educativa que nos invita a reflexionar sobre la vida, la sociedad y nosotros mismos. Son un legado cultural y una herramienta poderosa para transmitir conocimientos, valores y enseñanzas de una generación a otra. Nos transportan a mundos imaginarios, nos emocionan y nos inspiran, y nos invitan a cuestionarnos y crecer como seres humanos. Tienen el poder de tocar nuestras almas y despertar nuestra conciencia.